Tranco 19.- Historia de un bel inganno
A) Los prolegómenos
-- Día
del Corpus, Casa de la
Sinarquía. 8.30 horas
Llega un propio enviado por Juan de Dios
Calero, primer manijero del turno de mañana (8 a 2), con la novedad de que
sufre un flujo de vientre motivado por la ingesta de calamares fritos en mal
estado la noche anterior, y no va a poder estar presente en la procesión.
El mensaje no es verídico. Calero está en ese
momento realizando sus ejercicios gimnásticos matinales en camiseta sin mangas
y pantalón rayado de pijama. Para más tarde tiene dos libros sobre la mesa
camilla, en los que piensa invertir con provecho las horas matinales. Son
ellos: la Crítica de la razón
pura, de Kant, y el libreto
de La reina mora, pieza del género chico escrita por don
Serafín y don Joaquín Álvarez Quintero (la música es del maestro José Serrano,
pero esa tendrá que imaginarla el medianico Calero, porque no entra en sus
posibles un signo externo de lujo tal como una gramola.)
La razón profunda de tal anomalía
(no nos referimos a la ausencia de gramola en la vivienda del prócer, sino al
escaqueo de su deber de mandatario, que tiene visos de poco patriótico) tiene
su última ratio en algo ocurrido la noche anterior.
-- Vísperas de
Corpus. Bar Raíz cuadrada de menos uno. 23.35 horas
Hay un grupo de personas de
calidad reunidas a la barra. Están presentes, entre otros, los genitores de la
patria Calero y Ubaldo, más Cucurumbillo, el Tronchaíyo y también otro
Antoñico, un profesor de francés que hace versos y viene de vez en cuando a
Parapanda desde Baeza, en el autobús de línea, a pasar un rato con los amigos.
Calero defiende ante la selecta concurrencia, con verbo elocuente, el laicismo
de la Sinarquía
y de consiguiente la separación estricta de poderes: nada de autoridades
civiles mezcladas en los fastos religiosos del Corpus. Es preciso que los
mandatarios, empezando por él mismo que entra de turno de manija a las 8,
boicoteen la ceremonia religiosa. Parece haber una mayoría de opiniones en
favor de su postura, pero en estas que pide la palabra el Tronchaíyo y habla y
habla, con su verbo suave pero lleno de fuego oculto, de la cultura nacional-popular,
de la religión en cuanto que «conciliación mitológica de las contradicciones
reales», de la necesidad de incluir la «questione vaticana» en nuestra
concepción de la hegemonía, y otras sutilezas que los oyentes no llegan a
entender del todo bien pero escuchan con la boca abierta. El otro Antoñico, el
de Baeza, lo aclama «¡Viva la madre que te parió!». Calero sabe desde ese
momento que la discusión está perdida. Abraza al Tronchaíyo, reclama imperioso
al mozo «¿Qué se debe aquí, quiyo?», y abona el importe de las dos últimas
rondas de vino y la tapa de jamón de mono. Pero al mismo tiempo decide no
desoír a su fuero interno y no dejarse ver al día siguiente al lado del
chupacirios mitrado de don Balbino.
-- Día de
Corpus, Bar Mau Mau, 9.30 horas
El día ha amanecido muy hermoso.
Ni una nubecilla en el cielo. Sol espléndido, veintitrés grados de temperatura,
una brisa ligera sube desde la ribera del Dílar. Yo me siento en plena forma
mientras me desayuno con unos tejeringos y un tazón de chocolate en el Mau Mau.
En estas que se me presenta el compadre Frasquito Puerto:
– ¿Eres tú quien tiene hoy el
turno de manijero suplente?
– Yo mismo, Frasquito, tómate un
tejeringo, tío.
– No hay tiempo. Juan de Dios
anda con cagarrinas, y has de sustituirlo al frente de la procesión como Primer
Manijero. Corre a vestirte de gala, a las once treinta pasamos revista y a las
doce en punto como un clavo sale la procesión.
– Joer, tío, me has fastidiado el
día – digo yo.
Aún no sé en ese momento hasta
qué punto el día se me va a fastidiar.
-- Día de
Corpus. Alameda del Dílar, 12.15 horas
La procesión solemne llega a la
altura del Puente Grande sobre el Dílar. Toda la Alameda está alfombrada de
pétalos multicolores de flores. La coral parapandesa entona himnos sacros:
Alabado sea el Santísimo, etc. Yo estoy soberbio, vestido con mi traje de luces
tabaco y oro, los machos bien atados, envuelto en el capote de paseo de brocado
que bordó en grana y negro mi tita Merceditas. Ocupo la cabecera de la
procesión, detrás de una gran pancarta en la que se lee, en grandes letras
rojas: «Aut Parapanda aut nihil», y debajo en letras más pequeñas: «por un
corpus christi laico, reivindicativo y de clase». El catedrático de Lenguas
Esquimales don Enric Oltra parece ser –aunque no está confirmado por el
historiador Mateu Malayo-- de la leyenda
de dicha pancarta. Las concesiones a la religión son admisibles como bien
explicó el Tronchaíyo, pero la cultura nacional-popular es un conglomerado
inescindible, si no quiere diluirse en gabinas de cochero, ¡chúpate esa,
Balbino!.
B) El atentado
El patio de cuadrillas de la Catedral está a rebosar
de mujerío de peineta y tacón alto; los tendidos de sombra, junto al Sagrario,
atestados; en las andanadas lucen sus boinas los medianicos y los jambríos. Desde los estrados contiguos,
deslumbran los fogonazos del magnesio. Están presentes en la ceremonia todas
las grandes agencias de prensa del mundo: Reuter, Tass, Magnum, Associated
Press. Las cancillerías les han filtrado con discreción la primicia de que hoy,
aquí y ahora, va a producirse algo tremendo, tal vez escandaloso o tal vez
terrible.
El Obispo Balbino mira a la
feligresía. Ahueca la voz y exclama: «Queridos hijos en el Amor a la Virgen del Pasmo, leeré la Epístola del Apóstol
Anselmo Lorenzo a la gente de Maracena …»
Ya pueden adivinar ustedes el
resto. Sparafucile que se adelanta y aprieta el gatillo, y el Mitrado que se
tira al suelo gritando zorrunamente: «La hostia, que me muero», mientras con el
rabillo del ojo mira cómo la feligresía, encabezada por Maruja la de los Nueve
Barrios y Frasquito Puerto, detiene al falso borgoñón al grito “que no escape
el cacho cabrón”.
A mí me parece que el obispo hace
un garabato con la mano diestra mientras me guiña el ojo izquierdo. Antoñico el
Tronchaíyo, que no estaba al tanto de la trama, dejó escrito en sus famosos
Cuadernos de Parapanda que aquello parecía una «ammuina napoletana». Sea:
«All’ordine "facite ammuina” tutti chilli che stanno a prora, vann’ a
poppa e chill che stann’ a poppa vann’ a prora; chilli che stann’ a dritta
vann’ a sinistra e chilli che stanno a sinistra vann’ a dritta; tutti chilli
che stanno abbascio vann’ coppa e chili che stanno ‘ncoppa vann’ abbascio; chi
nun tiene nient’a ffa, s’aremeni a ’cca e a ‘lla».
Por mi parte, doy una gran voz:
“Aut Parapanda aut nihil”. Me siento eufórico, ¡el plan está funcionando! Y en
ese momento algo empieza a darme vueltas. A mi lado veo a Muerte que me guiña
el ojo y me dice con acento parapandés: «Ámonoz ninio, a la Contigüidá Cóhmica».
Y sin más contemplaciones se me lleva a cucurumbillo.
– ¡No, coño, ahora no! – quiero decir, pero mi voz ya no se oye. La Parca no me aúpa durante
mucho rato, se abre delante de nosotros como una puerta invisible o una esquina
impensada, y de golpe estamos ya en el otro lado.
– Esto no es lo que habíamos convenido – protesto. Y ella me
responde:
– Son gajes del oficio. Hay que tener una concepción estratégica
global, si no estamos todos jeringados. ¿Crees que yo trabajo por gusto?
Escucha.
Desde donde estamos, disponemos
de una panorámica de toda la escena. Frasquito Puerto ha visto la oportunidad a la velocidad
del rayo y se ha encaramado al
púlpito diseñado por Gil de Siloé. Su figura, en una pose heroica y
declamatoria, es captada con avidez por las cámaras de los reporteros. Dice:
– Las puertas de la ciudad
cuatriarcada han estado y seguirán estando abiertas para todos, pero mirad cómo
pagan las grandes potencias nuestra hospitalidad. – Señala mi cuerpo, mi pobre
cuerpo juncal, tendido sobre los mármoles. ¡Cuánto desperdicio! Yo que había
empezado a seguir un curso de Charles Atlas para desarrollar mis bíceps.
En estas me doy cuenta de la
sustancia del discurso que está echando Frasquito. Con increíble habilidad, ha
convertido el previsto atentado de los masonazos de Parapanda contra San
Balbino Mártir, en un magnicidio de las fuerzas de la reacción contra la más
alta autoridad de la
Sinarquía surgida de la revolución social.
En las portadas de los periódicos
de todo el mundo aparecieron las fotografías de Sparafucile apretando el
gatillo; del Obispo perdiendo el equilibrio; de mí a su lado, caído en el
suelo; fotos del Mitrado bendiciéndome con la mano diestra, y la mirada alzada
al cielo; fotos de Frasquito Puerto arengando a la humanidad esclava y
llamándola a romper sus cadenas en el nombre de Parapanda y de la consigna del
look the finger. Todo un guirigay que trajo sus repercusiones internacionales,
como se verá.
C) Las repercusiones
¡«Viva, viva nosotros»!,
exclamaron en un primer momento desde sus poltronas Gordo Winston, Putón Petain y el Yanqui;
Kerenski según se cuenta parece que exclamó: «De esta se aprovecha el calvo
Vladimiro, lo presiento». Jolgorio en las cancillerías, vítores en las curias
cardenalicias, besamanos en las sedes de los burgueses insaciables y crueles.
Jeideguer, un malafollá tudesco, se echó al coleto media docena de botellas de
moyate de la marca Ontología del Ser. Pero …
… pero Parapanda es mucho
Parapanda. Al día siguiente las agencias de prensa informan verídicamente –con
tanta verdad como la que afirma y demuestra que «el cuadrado de la ipecacuana
es igual a la suma de los fildurcios de los catetos»-- de lo
sucedido. Il bel inganno se
consuma. Las fotos lo dejan claro: Balbino está más vivo que todos los vivos,
el muerto es el malogrado Primer Manijero Pepito Cucurumbillo – un joven
estadista de gran porvenir –, el tronchaíyo Antoñico –más serio que un
ajo-- se limpia las gafas. Se sabe que el borgoñés ha cantado de plano,
que un fulano llamado al parecer Smiley ha sido detenido en la estación del
tren cuando pretendía escurrirse de incógnito con un pasaporte falso a nombre
de Antoñita Moreno. Se especula con la participación de los servicios secretos
de las potencias en un plan para la desestabilización de la Sinarquía. Y todas esas cosas… Las bolsas de
valores de Parapanda y de todo el mundo, empezando por Gual Estrí, suben, el
finger se cotiza por todo lo alto. Millones de personas ocupan las calles de las principales capitales del mundo con pancartas, banderas, pendones,
damascos a los gritos de «Aut Parapanda aut nihil» y «Parapanda somos todos».
En Parapanda se improvisa un
mitín en la Plaza Aurora
Gómez donde hablan Juan Belmonte y Rafael El Gallo, Luis Perdiguero, Manolo
Caracol (que ha cantado La niña de fuego), don Enric Oltra, Eduardo Saborido y
Fermín Salvochea. Cierra el acto el sin par, inmarcesible Frasquito Puerto. Que
es recibido con las notas de un petaco:
“Tié Parapanda un mushasho
con más güevos que Cagancho,
baila que baila, compadre,
con la gracia del petaco.
Yo tuve una librería
con los libros mu baratos”
Así habló Frasquito:
«Pueblo de Parapanda. Hemos
ganado la batalla. Ciertas potencias extranjeras se han comido un mojón como un
camión. (Una voz: Me cago en tó tus muelas, gordo Güinston)
» Cuidaíco con lo que decimos
ahora. Hemos recibido un telegrama firmado por los tres grandes. Acusan a
quienes han querido desestabilizar el gobierno popular de Parapanda. Y nos
muestran su apoyo. (Rafael El Gallo le dice por lo bajinis a Benedetto Croce:
“Muy hábil este Frasquito, igualito que su pae, que en paz descanse”)
» Y como prueba de su amistad,
los tres grandes han aceptado las condiciones de nuestro plenipotenciario
Juanico Espantamulos para un acuerdo comercial: exportaremos piononos a tres
mil dólares la caja; las tagarrninas estarán a cinco mil quinientos dólares;
los tejeringos, marca las Pimpollicas, les saldrán a siete mil doscientos
catorce dólares; y …
… y ya no se pudo oír la voz del
orador: jambríos, medianicos, medianos y gordos aplaudían, saltaban y se
abrazaban. Pepito Ortega, filósofo local, gritaba “¡viva la conllevancia, viva
la conllevancia!”
Yo viví aquella efeméride desde la Contigüidad Cósmica.
Y no pude aguantarme: «Mira, Muerte. Por muy Silvana Mangano que seas nunca te
perdonaré que me sacaras de allí. Vaya arroz amargo que me has dado. Me cago en
el Ser y la Nada».
Y Silvana, abriendo sus piernas y quitándose la faja, me dijo: «Déjate de
pollas y vamos a lo que vamos, Cucurumbillo».
Tranco 20.— La partícula de Eduardo Saborido o el intríngulis de
la Contigüidad
Un incunable rescatado por un
empleado de la limpieza y que se encontraba olvidado en el fondo de los
archivos secretos del antiguo Palacio Presidencial, hoy Casa de la Sinarquía, nos deparó
nos deparó la solución –definitiva, según la comunidad científica
parapandesa-- de la Contigüidad (ahora ya
con mayúsculas) del Comos. Don José Batatero dio con la tecla: el texto estaba
escrito en la elegante grafía árabe; las palabras, empero, respondían a voces
de la contundente parla parapandesa. Era la nunca bien celebrada aljamía en su
rama científica. La Casa
del Pobretariado premió el esfuerzo de Batatero con una arroba de carne de
membrillo, una caja de cigarros puros de la fábrica de tabacos y las obras
completas del Caballero Audaz.
El texto aljamiado anónimo
establecía «la relación entre el momento flector y las deformaciones que éste
produce sobre una determinada estructura, siempre que estas estructuras
isostáticas e hiperestáticas estén regidas por un comportamiento elástico del
material». No obstante, el autor, fuese quien fuese, lo proponía como
conjetura. Pasaron siglos y muchas fueron las aguas que pasaron bajo la puente
del río Dilar que a Parapanda baña, hasta que tal conjetura –una vez desvelada
la literatura aljamiada-- fue elevada a
la rotunda categoría de teorema.
Don José Batatero, pues, tiene el honor del ascenso en el escalafón que
se produce cuando una conjetura queda demostrada por un teorema. Batatero era
el marido de mi tita Elvira que tenía una miga en Parapanda. Matemático
autodidacta creador de lo que Poincaré denominó los «números batatéridos»,
aunque don José prefirió, en su humildad, llamarlos «tejeringos». No
entretendremos, por sabido, al lector en su explicación: hasta los niños chicos
están al tanto. En aras a la concisión expondremos la fórmula final:
Veáse, pues: