viernes, 6 de marzo de 2015

CAPÍTULO SÉPTIMO





Tranco 13.- Apoteosis parapandesa del coronel Aureliano

Pero es forzoso regresar a aquella mañana de setiembre en Parapanda, para completar hilos que han quedado sueltos en este verídico relato. Estando el Chusmito y yo en el trance de enviar los famosos telegramas, se acercó el jefe de Correos con una carta.

– ¿No vas tú luego para donde la Legión Colombiana, Cucurumbillo? – me abordó. Pues es que tengo aquí una carta para el coronel Buendía.
          Imposible – dije yo –. El coronel no tiene quien le escriba.

          Pues las señas están claras. “Señor Coronel Don Aureliano Buendía. Alrededor del Mundo s/n.” La carta viene reexpedida desde Vladivostok, Irkutsk, Tomsk, Nijni Nóvgorod, Bucarest, Kosovo, Missolonghi, Brindisi, Sorrento y Puerto de Mazarrón. Así que tú verás.


Llevé la carta al coronel. Era de su compadre Gerineldo Márquez y le decía que sus leales lo esperaban con urgencia en el puerto de Cartagena de Indias para marchar militarmente a Macondo y derrocar el aborrecible régimen tiránico allí instalado, llamado el Joíoporculo.

– Hemos de partir de inmediato – dijo Buendía, hombre siempre de decisiones rápidas.
– ¿Me permitirá acompañarle, mi coronel?
– Por supuesto, Cucurumbillo. Qué iba a hacer yo sin usted.

Pero el sargento furriel veía las cosas de otra manera. No podía incluir en los estadillos de la Legión a un número que no había sentado plaza según se desprendía de la ausencia de toda mención de su nombre en las sucesivas órdenes del día. Eso habría sido contrario a la esencia de todas las ordenanzas militares desde que el mundo era mundo.

– ¿Y si me incluyen ahora y se anuncia en la orden del día de mañana? – pregunté, asido a una última esperanza. El coronel meneó gravemente la cabeza.
– Mañana hemos de estar ya surcando el océano. Lo siento.

La Legión se despidió de Parapanda con un desfile por la Alameda, al son de doce de las bandas de música locales. Las muchachas parapandesas arrojaban claveles al paso de los héroes; los sindicatos formaron un servicio de orden a ambos lados de la calzada, con banderas y pancartas desplegadas. Paquiro Mairena, el banderillero de Machaquito, desfiló montado en el dromedario Remaique (forma parapandesa de la voz inglesa remake), una vieja amistad que se trajo consigo al regreso de las vicisitudes bélicas corridas por los dos en el Oriente Medio a las órdenes de Lawrence de Arabia y en la tórrida compañía de una Mata Hari aún adolescente e ingenua. Los Gordos y buena parte de los Medianos se refugiaron en el Casino temblorosos de premonición.
Yo estuve entre el gentío que aplaudía, al lado de Chusmito; estrené de ese modo el regreso a mi anterior vida de paisano. Me perdí la revolución de Macondo pero, como ya he puesto en antecedentes al lector, asistí en primera fila a la de Parapanda. Que no fue moco de pavo.

Tranco 14.- La irresistible ascensión de Frasquito Puerto

«En primera fila», he dicho y, ahora, repito. Con una sensación tan agridulce en la boca como cuando te comes un caqui, de esos de la Huerta de los Arcadios. Nosotros, el Partido Jambrío de Parapanda (PJP), nosotros, los dirigentes sindicales del unitario, llevábamos años y paños en el cotarro. Y de golpe y porrazo sale aquel Frasquito Puerto y, al trote cochinero, se lleva toda la parroquia como el viejo flautista de Hamelín.  Hasta el mismísimo Juanico Cagadudas (que otros llamaban Juanico Tertiumnondatur), ambiguo exponente del bajo jambriado, nos dejó tirados en la cuneta. Sí, el mismo Juanico, que había dejado escrito en el boletín La duda no ofende una declaración de intenciones que sonó a despedida de “los de siempre” y abrazo de los nuevos jamancios: «Ay, qué trabajo me cuesta / estar de acuerdo conmigo. / Por eso me da vueltas la tibia, / el peroné y el colodrillo.

¿Qué sucedió, intrépido lector? Nos remitimos al análisis pormenorizado –una tesis de doctorado objetivamente imparcial--  del profesor Javier Tíber donde expone, con prosa de regadío, el éxito de aquella, son sus palabras, «nueva insurgencia de los estamentos sociales de Parapanda». En dicha tesis se mencionan como «rupturas epistemológicas»: el simbolismo mediático del ya famoso Look the finger; la recuperación del grito “Aut Parapanda aut nihil”; la resolución de que el Himno nacional fuera Los campanilleros por la madrugá; la bandera, do –junto a los colores tabaco y oro--  brillaba la raiz cuadrada de menos uno. Dos fueron, empero, las novedades que nos hicieron apoyar a Frasquito Puerto: la declaración constitucional que definía Parapanda como una sinarquía y la creación de una comisión de trabajo que investigara de qué manera transformar la conjetura de la contigüidad del cosmos en certeza matemática, que en tiempos de la Jedionda yo había despreciado.  No ocultaremos, ¡faltaría más!, que sobre todo fue el discurso que, en petit comité, nos dio un jovencito, Bruno Trentin, decisivo para que Chusmito y un servidor de ustedes apoyáramos a Frasquito: «Lo de ustedes era, ¿cómo decirlo?, gabinas de cochero y, de forma más rotunda, pollas en vinagre. Sepan que Palmiro, nada menos que Palmiro, que de manera humilde se hace llamar Ercoli, apoya (y ha financiado) a Frasquito». Chusmito se puso firme, dio un taconazo a la castrense y exclamó: «Compañeros, Roma locuta causa finita». Y –viniendo o no a cuento--  se arrancó por petacos, un cante de origen sacromontano:

Yo puse una librería,
con los libros mu baratos,
con un letrero que dice:
Aquí se baila el petaco,   
¡viva de Palmiro el sobaco! 

miércoles, 4 de marzo de 2015

CAPÍTULO OCTAVO




Tranco 15.- Bondades económicas del pionono

Preciso es reconocer que Frasquito Puerto llevó con habilidad las riendas del asunto en los primeros momentos, los más amargos: cuando la fuga masiva de capitales y el corralito de las entidades bancarias que se escurrían disfrazadas de noviembre hacia paraísos tropicales más cálidos, pusieron a la sinarquía parapandesa contra las cuerdas. El presidente Puerto reformó entonces las finanzas con mano firme, atajó el pánico y creó una nueva moneda, el «finger», que pronto ganó peso en los cotarros internacionales.

Hubo en esa tesitura algunos acontecimientos que resultaron providenciales para superar la hostilidad internacional. Un ejemplo (minuciosamente detallado por el profesor Tíber en una monografía que ha devenido clásica) fue la decisión del maestro confitero Ferino Isla de abrir una sucursal en el mismo Manhattan, en la Calle 42, a dos esquinas justas de los teatros de Broadway. Sus «piusnine» (piononos, pronúnciese “paiusnain”) perforaron el bloqueo mundial con más eficacia que los submarinos de Hindenburg. En la trepidante era del jazz, los «roaring twenties», se llegaron a consumir por miles de millones, a cincuenta y cinco dólares la bandeja de veinte unidades. Las divisas frescas abarrotaban las arcas parapandesas. Varias multinacionales, Coca-Cola, Monsanto y United Brand entre ellas, se volcaron para enterrar literalmente a don Ceferino Isla en billetes verdes si les daba la fórmula del exquisito dulce, pero él resistió impávido. Ella Fitzgerald y Louis Armstrong llevaron al top musical su inspirada canción a dúo «Sweet Piusnine». Francis Scott Fitzgerald y su esposa Zelda viajaron aquel verano a Parapanda y a su vuelta contaron en exclusiva para el New York Herald las delicias de aquella «Crazy experience.» 

Parapanda se puso de moda en el mundo y el «finger», el dedo corazón emergiendo altivo de un puño cerrado, se convirtió en el símbolo más auténtico de una época loca de cambios cataclismáticos. Hasta el mismísimo Santiago Rusiñol cantó a la ciudad cuatriarcada:

Des de dalt d´eixa cinglera
veig la mar tota blava,
Santa Fe i Parapanda
i la punta de ma fava

Tranco 16.- Una constitución para Parapanda


Cambios, grandes cambios se dieron a todo meter en Parapanda, la ciudad cuatriarcada.  Alguien propuso elaborar una constitución; otro planteó que era mejor una carta de la identidad parapandesa; y hubo quien indicó que tenía más abolengo elaborar las Capitulaciones parapandesas como acto paccionado colectivamente. Frasquito Puerto, llamado de manera provisional presidente, zanjó la cuestión: «No nos pasemos de rosca, conmilitones. Mejor será que se llame Constitución. Lo tengo pensado. Un proyecto de Constitución breve. Es preciso empezar ya. Que se pongan manos a la obra: el pestiñero Ubaldo, que es hidalgo de bragueta; Juan de Dios Calero, maestro talabartero y Pepico Consecuencias,  lotero». Tras el breve discurso, un potente olor a ajo se esparció parsimoniosamente por la sala de plenos.

Los tres nominados se pusieron de inmediato al trabajo, acodados a la barra del bar Raíz cuadrada de menos uno. De los tres, Calero era el ideólogo, Pepico Consecuencias el amanuense, y el pestiñero Ubaldo tenía el encargo de vigilar las incongruencias y mediar con mesura en las polémicas. El artículo primero fue despachado después de una viva discusión que duró sobre poco más o menos dos minutos, y decía: «Aquí nadie es más que nadie.» El artículo segundo, consecuencia del anterior, quedó redactado como sigue: «Las mujeres, tampoco.» El tercero, que provocó un acalorado debate, se dejó así: «Lo cual se demuestra del modo siguiente:» Este artículo, por excepción transada entre dos de los tres redactores, finalizaba en dos puntos en lugar de un punto solo. Ubaldo emitió un voto particular en contra, argumentando que tal práctica era contraria a la seriedad que reclamaba la Carta Magna. Calero le contradijo: «Meno’ seriedá y má’ poné lo’ co’one’ cima la mesa.» Pepico abundó en el argumento: «Ahí.» Ubaldo reconoció lo justo de la propuesta, pero entonces objetó que ese tenía que ser en todo caso el artículo cuarto. Se puso la cuestión a votación, y hubo unanimidad a favor. El artículo cuarto, por consiguiente, quedó redactado como sigue: «Meno’ seriedá y má’ poné lo’ co’one’ cima la mesa.»


– ¡Un momento! – advirtió entonces Ubaldo –. ¿Y las mujeres?
– Las mujeres, ¿qué? – demandó Calero.
– Que cómo van a poné lo’ co’one’, tío.
– Pué que pongan… yo qué sé.

La dificultad se resolvió con la redacción del artículo quinto: «Las mujeres pondrán cima la mesa lo que mejor tengan por conveniente, salvado el respeto debido si en la sala hay menores de edad.»

En este punto la ponencia constitucional, fatigada por lo profundo de la discusión, decidió hacer un receso y reclamó al mozo unas rondas de vino de Albondón. El albondón tiene la virtud de aclarar las ideas, de modo que a partir de que la jarra hubo circulado por tercera vez, todo fue ya sobre ruedas. Se estableció que Parapanda no sería monarquía ni república ni dictadura ni comandita, sino una sinarquía. Todos y todas gobernarían por riguroso turno. Los gobernantes recibirían el título de manijeros. Habría un manijero primero, uno segundo, otro tercero, y así hasta quince, que se consideró un número prudente, más un suplente. Los manijeros serían elegidos con periodicidad trimestral en listas abiertas a toda la población. Ningún cargo sería prorrogable. Todos los cargos serían revocables por mayoría simple en votación a mano alzada. No habría cuotas de género para no liar la troca: al que le toque le toque, como señaló Juan de Dios Calero.

Los turnos de manija serían de ocho horas, mañana, tarde y noche, y así los siete días de la semana porque en domingo también tiene que haber quien responda. Después de cumplir con los turnos reglamentarios de las 15 manijas, cada manijero disfrutaría de un turno de descanso, motivo por el cual era necesario el suplente previsto.

– Eso está muy puesto en su punto – convino Ubaldo –, porque es sabido que el ejercicio continuado del poder corrompe.

Idearon después un sistema para que todo el mundo supiese cuál era en cada momento la posición jerárquica respectiva de los quince manijeros que tenían a su cargo el Estado. Todos los lunes a primera hora se colocaría una papela con la programación semanal de turnos de manija 1ª, manija 2ª, 3ª, etc., en un lugar destacado del tablón de anuncios de la Casa Sinárquica del Pueblo, nombre con el que se pasó a designar el antiguo Palacio Presidencial. El cargo de Tablonero de Semana se elegiría por sorteo entre todos los parapandeses inscritos en el censo, de más de 18 años cumplidos y menos de 92. A su vez, se instituyó el cargo de Rifador del Tablonero de Semana y se especificaron la forma y circunstancias de su elección, también sometida a turno riguroso entre toda la población.

Pasaron a continuación a tratar de la bandera (tabaco y oro con la raíz de menos uno bordada en el centro), el himno (Los campanilleros de la madrugá) y la divisa (el look the finger, o en abreviatura el finger a secas).
Pensaron luego qué más poner, y Pepico Consecuencias propuso el siguiente artículo: «Prohibido hacer aguas mayores y menores en la vía pública.»

– No, hombre, no, solo cosas importantes – dijeron los otros, y Pepico dijo que a él “aquello” le parecía importante.
– Lo que habría que prohibir es la banca – intervino Ubaldo. Pero ahí mostró su superior talante Juan de Dios Calero, al preguntarles si no se habían fijado en que todavía no habían prohibido nada en aquel borrador de constitución, y no era cosa de empezar a hacerlo a esas alturas. Le dieron vueltas al asunto y al final salió el siguiente redactado: «Quien se dedique al negocio de la banca en el término de la nación lo hará por su cuenta y riesgo, y no podrá contar con que del erario público se le reembolsen los desfalcos y enjuagues eventuales.»

Quedaron satisfechos con el enunciado y determinaron que no faltaba nada más, y revisaron su trabajo y este les pareció bueno. Pasaron entonces a limpio sus apuntes y los llevaron al presidente del Comité Provisional de Salvación Pública con mucha solemnidad y con algunas eses de sobra, porque el vino de Albondón tiene eso, que aclara las ideas pero enreda los pies.

– Vaya mierda de constitución habéis parido – les dijo Frasquito Puerto después de leerla –. Pero en fin, por mí que no quede, la someteremos a referéndum, para nosotros el derecho a decidir es sagrado, no como otros que lo tienen como quita y pon.


El referéndum, celebrado con todas las garantías en presencia de observadores internacionales enviados por la Sociedad de Naciones, dio un resultado a la búlgara: 99,9% de Síes, 1 abstención (Frasquito Puerto) y 2 votos en contra (Senén el Rojo y la Viuda de Máiquez, partidarios de una rigurosa dictadura del pobretariado auspiciada por el Espíritu Santo).

Las generaciones presentes y venideras deben felicitarse del nivel de unidad alcanzado tanto en la redacción del texto (que, por su brevedad, fue llamado el Textículo) como por el altísimo nivel de aquiescencia militante en las votaciones. Los redactores del textículo fueron llamados Genitores de Parapanda. Tan sólo uno --y sólo uno-- se atrevió a publicar unos folletos en contra de la sintaxis constitucional y de su dogmática jurídica. Era el rábula Jacobo Pidal, que argüía que «no contemplaba el derecho de autodeterminación de la barriada de la Parapanduela baja». Por lo que consideraba que «se había consumado la más alta traición que vieron los siglos presentes y esperan ver los venideros». El gremio de taberneros declaró, airado, que «estaban estudiando la propuesta de declarar a Pidal sujeto indeseable y no bien recibido en tascas y mesoncillos parapandeses».


Hubo quien extremosamente propuso «endiñarle» (esta fue la exacta palabra) la condición de damnatio memoriae. Juan de Dios Calero intervino una chispa ajumao:  «Vamos a dejarnos de pollas, que el agua está muy fría. Aquí no estamos en Rusia. O si no que lo diga el Tronchaiyo». El joven turinés, melenudo y gafitas, asintió y puntualizó: «Ecco, Calero, allí han hecho una revolución contra El Capital».   «No mejodas, Antoñico», se escamó Calero.  

martes, 3 de marzo de 2015

CAPÍTULO NOVENO




Tranco 17.- Envidia e impotencia de las grandes potencias

Este Antoñico el Tronchaíyo, que durante su estancia en Parapanda hizo buena amistad con el maestro Calero, había venido en efecto de Turín, por más que era sardo de origen. Su intención inicial era estudiar a fondo la experiencia pionera del consejo de fábrica de la empresa de gaseosas La Perla, aunque aprovechó el tiempo también para desarrollar una tesis novedosa sobre la hegemonía. Tenía los ojos claros, el habla dulce y convincente, y una energía interna que hacía olvidar su físico escuchimizado. Su apellido era del todo impronunciable para el parapandés medio, que tiene la sana costumbre de comerse dos o tres consonantes de cada palabra. De ahí que se le conociera como Antoñico El Tronchaíyo.

Nada parecía enturbiar lo que el historiador Carlos Malayo calificó más adelante la «gran lección histórica de la revolución parapandesa». Empero, las potencias mundiales estaban al acecho para armar el follaero en la ciudad cuatriarcada. Todo intento de soborno para armar jarana contra la Sinarquía acababa con el desprecio más rotundo: «Look the finger», era la respuesta. El dedo a modo de peineta iba acompañado de un gargajo en plena cara del sobornador. Hasta que el gordo de sir Winston, hartico de ginebra a todas horas, ideó lo que él llamó «a por todas».  O sea, asesinar al obispo Balbino y echarle la culpa a los primeros espadas de la ciudad. A tal efecto fue reclutado por los servicios secretos de Su Majestad un tal Sparafucile, un borrachuzo empedernido que se hacía pasar por borgoñón, para ser el brazo ejecutor. El objetivo del gordo Winston era provocar la desestabilización política y la retirada de las inversiones financieras.  Pero el pastel se descubrió.

Un espía doble de los servicios secretos de Albión y de don Aureliano Buendía dio el cante al coronel. El de Macondo, raudo como una centella, escribió a la manijería este telegrama:

«Compadre Frasquito: gordo Winston prepara atentado contra obispo Balbino. Stop. Ejecutor será un tal Sparafucile. Stop. El asesinato previsto día Corpus Christi. Catedral Parapanda. Estás avisado, carajo. Te mando retrato del tal Sparafucile. Aut Parapanda aut nihil. Aureliano.»

Dice el refrán que es de bien nacidos ser agradecidos: en agradecimiento por la información la Sinarquía le hizo un regalo al de Macondo. En la justificación de gastos se dejó anotado que se le mandó un lote de chacinas diversas, una caja de tagarninas de los mejores chambaos parapandeses y dos docenas de piononicos.   

El telegrama de Buendía había puesto en alerta a toda Parapanda. No era para menos; el llamado Sparafucile se parecía como un cagarro a una boñiga al ex teniente, teniente coronel, teniente coronel de la Guardia Civil Benito Muselina, alias Tito Jediondo, prófugo de la Sinarquía desde la fecha misma de la revolución fallida. Las fuerzas vivas se pusieron en movimiento. Había que investigar a todos los forasteros, y cada ciudadano de no importa qué sexo, condición y edad se convirtieron en huelebraguetas empeñados en dar con el paradero del falso borgoñón. Conchica la Retotoyúa dio con él. En el fondo de la pedanía de los Nueve Barrios, un poblamiento del término municipal parapandés vecino al río Dílar y habitado mayoritariamente por trabajadores inmigrados, tenía un mesoncillo la señá Virtudes, por mal nombre la Echá del Coño. Junto a ella que, dada la condición que se le adivina por el mote, tenía pocos remilgos en aventuras de camastrón, había encontrado refugio y acomodo el Jediondo.

La Retotoyúa dio parte de la novedad a la Maruja, una aguerrida dirigente vecinal que estaba ese día de manijera de retén,  y entre las dos decidieron que la víspera de la festividad sacra algunos vecinos invitaran al truhán y a la percanta a unas cuantas rondas de peleón (tampoco era cosa de malgastar vinos finos con semejante paisanaje) y aprovecharan la modorra de ambos para cambiar la munición del sicario por balas de fogueo; que la Mitra oficiaría como si nada, aunque tras las vestimentas obispales iría un chaleco protector de la marca Detente bala. Yo estaba al tanto de todo ello porque me tocaba, durante el Corpus, ser el Manijero de Guardia.

La puesta en escena quedaba así preparada, pero sobre ese cañamazo primario Frasquito Puerto discurrió lo que se ha dado en llamar il bel inganno di Parapanda.  Lo explicaremos con pelos y señales porque es una obra maestra de habilidad de maniobra geopolítica en circunstancias de correlación de fuerzas adversa. Conviene, sin embargo, antes de explicarlo todo por sus pasos, dar algunas puntadas previas sobre el trasfondo internacional, para poner de manifiesto cuál era el puchero que bullía en aquella circunstancia al fuego vivo de la coyuntura y qué habichuelas había dentro del mentado puchero.  

Tranco 18.- El contubernio del Gordo Winston con el Putón Pétain

Todo el “plan Balbino” fue obra personal del agente Smiley, la estrella en ascenso del Servicio secreto británico, pero la primera inspiración le vino al gordo Winston por otro lado. En el curso de una revista de tropas en Versalles, en los días de festejos que siguieron a la firma del tratado de paz, un ceñudo Philippe Pétain se acercó –con dos cajas de calvados en ristre-- a estrechar la mano del entonces secretario británico de la Guerra. El Gordo estaba radiante:

– Se acabo la pesadilla, ¿eh? ¡Córcholis, por Júpiter, vaya si se acabó!

El Putón Pétain alzó un centímetro la ceja izquierda.

– Me sorprende usted, mi querido W. S. Alguien me había dicho que tenían ustedes problemas de cierto calado con las trade unions – dejó caer, al desgaire.
– ¿Eh? ¡Ah sí, las trade unions! ¡Por Júpiter, ya lo creo que tenemos problemas, malditos hijos de perra!

El Putón bajó la mirada al suelo, apartó con la punta de la bota una piedrecilla imperceptible y dijo en tono desenfadado:

– Algo habrá que hacer en algún momento con Parapanda, ¿no le parece?
          ¡Oh, ah, sí, por Júpiter! – exclamó el secretario de la Guerra. Maldita sea, llevaba un frasco de ginebra mediado en el bolsillo trasero del pantalón del uniforme, pero no podía sacarlo y echar un trago en mitad de una ceremonia pública.

Parapanda era, desde luego, en aquellos momentos el faro del proletariado mundial. Frasquito Puerto se carteaba con la dirección de las unions más combativas, y les daba sin el menor rebozo consignas y consejos gratuitos. La lucha social se había endurecido. Metías un día a veintitantos dirigentes sindicales en la trena, y al día siguiente tenías a varios cientos nuevos de trinca y dispuestos a meterte el dedo en el ojo (look the finger) al menor descuido.

El Gordo W.S. olvidó el asunto durante algunos años, enfrascado en los asuntos de las colonias, pero cuando tomó posesión como canciller del Exchequer se acordó de aquella conversación lejana. Convocó a Smiley y le explicó el asunto. Dos días después, Smiley le entregó un dossier confidencial. Ahí estaba todo: el día de Corpus, el obispo Balbino, el atentado en la catedral, la conmoción mundial, el esto no va a quedar así, el recuerdo del mártir (habría apariciones como en Fátima y una consigna repetida millones de veces por los medios de todo el mundo: «Para que Parapanda se convierta»). Luego, los tanques formando una tenaza envolvente desde Gibraltar y desde las bases de retaguardia portuguesas en Tras-Os-Montes, la aniquilación de la sinarquía hasta no dejar piedra sobre piedra, y las listas completas de los dirigentes que habían de ser represaliados.

– ¿Represaliados, Smiley? ¡Por Júpiter! ¿Qué quiere decir con eso de represaliados, no puede ser más claro?
– Quiero decir exactamente lo que está pensando vuecencia, milord.
– Ah, bien. Habrá que avisar a Primo, ¿no? Y al rey Alfonso…, no me acuerdo del número exacto de serie.
– Trece, milord. Puede dejar la cuestión en mis manos con toda confianza.
– Bien, Smiley, bien, así lo espero. Una última cuestión, ¿qué está haciendo ahora el bueno de Pétain?
– Combatiendo a Abd el-Krim en el Rif, milord.
– Perfecto. Concierte una entrevista discreta, de tú a tú. Two for tea, ¿me entiende? ¿En Gibraltar, tal vez?

La entrevista tuvo lugar. Se anudaron flecos sueltos, se apuró la concreción del plan. Los dos estadistas acordaron además poner en antecedentes a las dos potencias capitalistas emergentes, Estados Unidos y Rusia.

Kerensky estaba ocupado exterminando mujiks y trasladando campesinos a los Urales para hacerles trabajar forzados en la industria pesada. Contestó con un telegrama escueto: «Sea.» Coolidge fue más duro de pelar. Se negó a entrar en la combina y amenazó con tirar de la manta y dejar con el culo al aire a la “casta”, como llamaba él a todo el estamento político europeo. Pero Smiley tenía recursos. Puso otro dossier sobre el escritorio del canciller, y éste obtuvo comunicación telefónica con la Casa Blanca por la línea privada.

– Calvin, macho, las cartas sobre la mesa. A ti te ha salido un grano en el culo en Macondo, y a nosotros otro en Parapanda. ¿Qué me dirías de una operación quirúrgica que los extirpara a los dos de cuajo y de forma indolora? Fin de la historia, se acabaron las huelgas, los conflictos y las guerrillas. Todos a comer de la mano de tu compañía bananera. ¿Hace?
– Esa parte me interesa – contestó Coolidge, cauteloso – Pero ¿qué salgo ganando yo en el asunto de Parapanda?
W.S. buscó un punto determinado en la página 3 del dossier de Smiley.
– En Parapanda vive y trabaja un maestro confitero llamado Ferino Isla. Puede que os interese en ese lado del charco la fórmula secreta de unos pastelillos llamados «piusnine».
– Joder, ¿lo dices de veras?
– Por Júpiter, tan serio como los Evangelios.

        Puedes contar conmigo, Gordo.

lunes, 2 de marzo de 2015

CAPÍTULO NUEVE Y MEDIO



Tranco ni se sabe  

1) Juanico Cagadudas andaba reconcomido por haber votado Sí en el referéndum a la Constitución de la Sinarquía. Explicaba a quienes querían escucharle, que no eran muchos: «Yo por inclinación natural era más bien de la opinión de abstenerme, lo tenía claro, hasta cierto punto, desde luego, con algunas reservas. Sin embargo en el momento de votar, ya con la papeleta en la mano y todo, no sé qué me pasó. Lo vi y no lo vi. Y cambié el voto.»

2) Joselito de Maracena perdió sus numerosos latifundios, así en la vega como en las sierras de secano, como consecuencia de la revolución. No le valió el recurso planteado ante el Alto Tribunal Jambrío (máxima expresión del poder judicial parapandés), que se reunía los viernes por la tarde en torno a la mesa de dominó del casino de los medianicos y resolvía los pleitos o bien por consenso o bien a la carta más alta si había discrepancias fundamentadas. En el caso que nos ocupa, el recurso del marqués sacó el cuatro de espadas, y la causa del pueblo la sota de bastos, según resulta de las investigaciones profundas llevadas a cabo por el historiador Mateu Malayo.

No se amilanó ante el revés el último vástago de los poderosos Maracena, y abrió una tienda de antigüedades decorada con primor al estilo de Piranesi, que llamó «Boutique du Marquis». Tuvo un éxito loco entre las viudas de diversos reyes del hormigón armado y otros jerifaltes de la industria pesada estadounidense, las cuales acudían en aquellos años locos como moscas para dilapidar sus fortunas en el goloso panal de miel de la Parapanda “in”. Maracena no llegó a venderles nada, pero su título nobiliario, único patrimonio que retenía, le valió numerosos idilios tan fogosos como económicamente jugosos con unas cuantas millonarias del medio oeste yanqui. Acabó por traspasar la boutique parapandesa y abrir una franquicia de la misma en Milwaukee, para tener a su clientela más a mano (literalmente).

3) Tito Muselina, en su nueva reencarnación como el borgoñón Sparafucile, se dejó prender sin resistencia, mohíno y deshonrado en su profesionalidad de sicario por haber fallado un tiro tan fácil a bocajarro, con el agravante de haberlo hecho delante de un público tan numeroso y selecto. Nunca se enteró del cambiazo de la munición. Pasó largos años encerrado en la trena de Parapanda, convertida de otra parte en monumento patrio debido a que en su tercera galería habían aprendido ortografía y rudimentos de literatura los cabecillas jambríos presos después de los sucesos de la Jedionda. Fue Ángel Prior, arriscado periodista de La Voz de Parapanda implicado en los mismos sucesos, quien les había servido entonces de dómine.

También el falso Sparafucile dedicó una parte de sus largos ocios a la docencia. Coincidió en la celda durante una semana con mosén Gafoso, el sucesor de Senén en la parroquia. Gafoso había sido sorprendido in fraganti robando las limosnas del cepillo de San Antonio, y el sicario le enseñó de cabo a rabo un himno novedoso que hacía furor allende los Alpes, y comenzaba así: «Giovinezza, giovinezza, primavera di belleza…»



CAPÍTULO DÉCIMO (FINAL)






Tranco 19.- Historia de un bel inganno

A) Los prolegómenos

-- Día del Corpus, Casa de la Sinarquía. 8.30 horas

Llega un propio enviado por Juan de Dios Calero, primer manijero del turno de mañana (8 a 2), con la novedad de que sufre un flujo de vientre motivado por la ingesta de calamares fritos en mal estado la noche anterior, y no va a poder estar presente en la procesión.

El mensaje no es verídico. Calero está en ese momento realizando sus ejercicios gimnásticos matinales en camiseta sin mangas y pantalón rayado de pijama. Para más tarde tiene dos libros sobre la mesa camilla, en los que piensa invertir con provecho las horas matinales. Son ellos: la Crítica de la razón pura, de Kant, y el libreto de La reina mora, pieza del género chico escrita por don Serafín y don Joaquín Álvarez Quintero (la música es del maestro José Serrano, pero esa tendrá que imaginarla el medianico Calero, porque no entra en sus posibles un signo externo de lujo tal como una gramola.)

La razón profunda de tal anomalía (no nos referimos a la ausencia de gramola en la vivienda del prócer, sino al escaqueo de su deber de mandatario, que tiene visos de poco patriótico) tiene su última ratio en algo ocurrido la noche anterior.

-- Vísperas de Corpus. Bar Raíz cuadrada de menos uno. 23.35 horas

Hay un grupo de personas de calidad reunidas a la barra. Están presentes, entre otros, los genitores de la patria Calero y Ubaldo, más Cucurumbillo, el Tronchaíyo y también otro Antoñico, un profesor de francés que hace versos y viene de vez en cuando a Parapanda desde Baeza, en el autobús de línea, a pasar un rato con los amigos. Calero defiende ante la selecta concurrencia, con verbo elocuente, el laicismo de la Sinarquía y de consiguiente la separación estricta de poderes: nada de autoridades civiles mezcladas en los fastos religiosos del Corpus. Es preciso que los mandatarios, empezando por él mismo que entra de turno de manija a las 8, boicoteen la ceremonia religiosa. Parece haber una mayoría de opiniones en favor de su postura, pero en estas que pide la palabra el Tronchaíyo y habla y habla, con su verbo suave pero lleno de fuego oculto, de la cultura nacional-popular, de la religión en cuanto que «conciliación mitológica de las contradicciones reales», de la necesidad de incluir la «questione vaticana» en nuestra concepción de la hegemonía, y otras sutilezas que los oyentes no llegan a entender del todo bien pero escuchan con la boca abierta. El otro Antoñico, el de Baeza, lo aclama «¡Viva la madre que te parió!». Calero sabe desde ese momento que la discusión está perdida. Abraza al Tronchaíyo, reclama imperioso al mozo «¿Qué se debe aquí, quiyo?», y abona el importe de las dos últimas rondas de vino y la tapa de jamón de mono. Pero al mismo tiempo decide no desoír a su fuero interno y no dejarse ver al día siguiente al lado del chupacirios mitrado de don Balbino.

-- Día de Corpus, Bar Mau Mau, 9.30 horas

El día ha amanecido muy hermoso. Ni una nubecilla en el cielo. Sol espléndido, veintitrés grados de temperatura, una brisa ligera sube desde la ribera del Dílar. Yo me siento en plena forma mientras me desayuno con unos tejeringos y un tazón de chocolate en el Mau Mau. En estas que se me presenta el compadre Frasquito Puerto:

– ¿Eres tú quien tiene hoy el turno de manijero suplente?
– Yo mismo, Frasquito, tómate un tejeringo, tío.
– No hay tiempo. Juan de Dios anda con cagarrinas, y has de sustituirlo al frente de la procesión como Primer Manijero. Corre a vestirte de gala, a las once treinta pasamos revista y a las doce en punto como un clavo sale la procesión.
– Joer, tío, me has fastidiado el día – digo yo.

Aún no sé en ese momento hasta qué punto el día se me va a fastidiar.

-- Día de Corpus. Alameda del Dílar, 12.15 horas

La procesión solemne llega a la altura del Puente Grande sobre el Dílar. Toda la Alameda está alfombrada de pétalos multicolores de flores. La coral parapandesa entona himnos sacros: Alabado sea el Santísimo, etc. Yo estoy soberbio, vestido con mi traje de luces tabaco y oro, los machos bien atados, envuelto en el capote de paseo de brocado que bordó en grana y negro mi tita Merceditas. Ocupo la cabecera de la procesión, detrás de una gran pancarta en la que se lee, en grandes letras rojas: «Aut Parapanda aut nihil», y debajo en letras más pequeñas: «por un corpus christi laico, reivindicativo y de clase». El catedrático de Lenguas Esquimales don Enric Oltra parece ser –aunque no está confirmado por el historiador Mateu Malayo--  de la leyenda de dicha pancarta. Las concesiones a la religión son admisibles como bien explicó el Tronchaíyo, pero la cultura nacional-popular es un conglomerado inescindible, si no quiere diluirse en gabinas de cochero, ¡chúpate esa, Balbino!.

B) El atentado

El patio de cuadrillas de la Catedral está a rebosar de mujerío de peineta y tacón alto; los tendidos de sombra, junto al Sagrario, atestados; en las andanadas lucen sus boinas los medianicos y los jambríos. Desde los estrados contiguos, deslumbran los fogonazos del magnesio. Están presentes en la ceremonia todas las grandes agencias de prensa del mundo: Reuter, Tass, Magnum, Associated Press. Las cancillerías les han filtrado con discreción la primicia de que hoy, aquí y ahora, va a producirse algo tremendo, tal vez escandaloso o tal vez terrible.

El Obispo Balbino mira a la feligresía. Ahueca la voz y exclama: «Queridos hijos en el Amor a la Virgen del Pasmo, leeré la Epístola del Apóstol Anselmo Lorenzo a la gente de Maracena …»     

Ya pueden adivinar ustedes el resto. Sparafucile que se adelanta y aprieta el gatillo, y el Mitrado que se tira al suelo gritando zorrunamente: «La hostia, que me muero», mientras con el rabillo del ojo mira cómo la feligresía, encabezada por Maruja la de los Nueve Barrios y Frasquito Puerto, detiene al falso borgoñón al grito “que no escape el cacho cabrón”.

A mí me parece que el obispo hace un garabato con la mano diestra mientras me guiña el ojo izquierdo. Antoñico el Tronchaíyo, que no estaba al tanto de la trama, dejó escrito en sus famosos Cuadernos de Parapanda que aquello parecía una «ammuina napoletana». Sea: «All’ordine "facite ammuina” tutti chilli che stanno a prora, vann’ a poppa e chill che stann’ a poppa vann’ a prora; chilli che stann’ a dritta vann’ a sinistra e chilli che stanno a sinistra vann’ a dritta; tutti chilli che stanno abbascio vann’ coppa e chili che stanno ‘ncoppa vann’ abbascio; chi nun tiene nient’a ffa, s’aremeni a ’cca e a ‘lla».

Por mi parte, doy una gran voz: “Aut Parapanda aut nihil”. Me siento eufórico, ¡el plan está funcionando! Y en ese momento algo empieza a darme vueltas. A mi lado veo a Muerte que me guiña el ojo y me dice con acento parapandés: «Ámonoz ninio, a la Contigüidá Cóhmica». Y sin más contemplaciones se me lleva a cucurumbillo.  
– ¡No, coño, ahora no! – quiero decir, pero mi voz ya no se oye. La Parca no me aúpa durante mucho rato, se abre delante de nosotros como una puerta invisible o una esquina impensada, y de golpe estamos ya en el otro lado.
– Esto no es lo que habíamos convenido – protesto. Y ella me responde:
– Son gajes del oficio. Hay que tener una concepción estratégica global, si no estamos todos jeringados. ¿Crees que yo trabajo por gusto? Escucha.

Desde donde estamos, disponemos de una panorámica de toda la escena. Frasquito Puerto ha visto la oportunidad a la velocidad del rayo y se ha encaramado al púlpito diseñado por Gil de Siloé. Su figura, en una pose heroica y declamatoria, es captada con avidez por las cámaras de los reporteros. Dice:
– Las puertas de la ciudad cuatriarcada han estado y seguirán estando abiertas para todos, pero mirad cómo pagan las grandes potencias nuestra hospitalidad. – Señala mi cuerpo, mi pobre cuerpo juncal, tendido sobre los mármoles. ¡Cuánto desperdicio! Yo que había empezado a seguir un curso de Charles Atlas para desarrollar mis bíceps.

En estas me doy cuenta de la sustancia del discurso que está echando Frasquito. Con increíble habilidad, ha convertido el previsto atentado de los masonazos de Parapanda contra San Balbino Mártir, en un magnicidio de las fuerzas de la reacción contra la más alta autoridad de la Sinarquía surgida de la revolución social.

En las portadas de los periódicos de todo el mundo aparecieron las fotografías de Sparafucile apretando el gatillo; del Obispo perdiendo el equilibrio; de mí a su lado, caído en el suelo; fotos del Mitrado bendiciéndome con la mano diestra, y la mirada alzada al cielo; fotos de Frasquito Puerto arengando a la humanidad esclava y llamándola a romper sus cadenas en el nombre de Parapanda y de la consigna del look the finger. Todo un guirigay que trajo sus repercusiones internacionales, como se verá.

C) Las repercusiones

¡«Viva, viva nosotros»!, exclamaron en un primer momento desde sus poltronas Gordo Winston, Putón Petain y el Yanqui; Kerenski según se cuenta parece que exclamó: «De esta se aprovecha el calvo Vladimiro, lo presiento». Jolgorio en las cancillerías, vítores en las curias cardenalicias, besamanos en las sedes de los burgueses insaciables y crueles. Jeideguer, un malafollá tudesco, se echó al coleto media docena de botellas de moyate de la marca Ontología del Ser. Pero …

… pero Parapanda es mucho Parapanda. Al día siguiente las agencias de prensa informan verídicamente –con tanta verdad como la que afirma y demuestra que «el cuadrado de la ipecacuana es igual a la suma de los fildurcios de los catetos»--  de lo sucedido. Il bel inganno se consuma. Las fotos lo dejan claro: Balbino está más vivo que todos los vivos, el muerto es el malogrado Primer Manijero Pepito Cucurumbillo – un joven estadista de gran porvenir –, el tronchaíyo Antoñico –más serio que un ajo--  se limpia las gafas. Se sabe que el borgoñés ha cantado de plano, que un fulano llamado al parecer Smiley ha sido detenido en la estación del tren cuando pretendía escurrirse de incógnito con un pasaporte falso a nombre de Antoñita Moreno. Se especula con la participación de los servicios secretos de las potencias en un plan para la desestabilización de la Sinarquía. Y todas esas cosas… Las bolsas de valores de Parapanda y de todo el mundo, empezando por Gual Estrí, suben, el finger se cotiza por todo lo alto. Millones de personas ocupan las calles de las principales capitales del mundo con pancartas, banderas, pendones, damascos a los gritos de «Aut Parapanda aut nihil» y «Parapanda somos todos».

En Parapanda se improvisa un mitín en la Plaza Aurora Gómez donde hablan Juan Belmonte y Rafael El Gallo, Luis Perdiguero, Manolo Caracol (que ha cantado La niña de fuego), don Enric Oltra, Eduardo Saborido y Fermín Salvochea. Cierra el acto el sin par, inmarcesible Frasquito Puerto. Que es recibido con las notas de un petaco: 

“Tié Parapanda un mushasho
con más güevos que Cagancho,
baila que baila, compadre,
con la gracia del petaco.
Yo tuve una librería
con los libros mu baratos”

Así habló Frasquito:

«Pueblo de Parapanda. Hemos ganado la batalla. Ciertas potencias extranjeras se han comido un mojón como un camión. (Una voz: Me cago en tó tus muelas, gordo Güinston)
» Cuidaíco con lo que decimos ahora. Hemos recibido un telegrama firmado por los tres grandes. Acusan a quienes han querido desestabilizar el gobierno popular de Parapanda. Y nos muestran su apoyo. (Rafael El Gallo le dice por lo bajinis a Benedetto Croce: “Muy hábil este Frasquito, igualito que su pae, que en paz descanse”)

» Y como prueba de su amistad, los tres grandes han aceptado las condiciones de nuestro plenipotenciario Juanico Espantamulos para un acuerdo comercial: exportaremos piononos a tres mil dólares la caja; las tagarrninas estarán a cinco mil quinientos dólares; los tejeringos, marca las Pimpollicas, les saldrán a siete mil doscientos catorce dólares; y …

… y ya no se pudo oír la voz del orador: jambríos, medianicos, medianos y gordos aplaudían, saltaban y se abrazaban. Pepito Ortega, filósofo local, gritaba “¡viva la conllevancia, viva la conllevancia!”

Yo viví aquella efeméride desde la Contigüidad Cósmica. Y no pude aguantarme: «Mira, Muerte. Por muy Silvana Mangano que seas nunca te perdonaré que me sacaras de allí. Vaya arroz amargo que me has dado. Me cago en el Ser y la Nada». Y Silvana, abriendo sus piernas y quitándose la faja, me dijo: «Déjate de pollas y vamos a lo que vamos, Cucurumbillo».

Tranco 20.— La partícula de Eduardo Saborido o el intríngulis de la Contigüidad

Un incunable rescatado por un empleado de la limpieza y que se encontraba olvidado en el fondo de los archivos secretos del antiguo Palacio Presidencial, hoy Casa de la Sinarquía, nos deparó nos deparó la solución –definitiva, según la comunidad científica parapandesa--  de la Contigüidad (ahora ya con mayúsculas) del Comos. Don José Batatero dio con la tecla: el texto estaba escrito en la elegante grafía árabe; las palabras, empero, respondían a voces de la contundente parla parapandesa. Era la nunca bien celebrada aljamía en su rama científica. La Casa del Pobretariado premió el esfuerzo de Batatero con una arroba de carne de membrillo, una caja de cigarros puros de la fábrica de tabacos y las obras completas del Caballero Audaz.

El texto aljamiado anónimo establecía «la relación entre el momento flector y las deformaciones que éste produce sobre una determinada estructura, siempre que estas estructuras isostáticas e hiperestáticas estén regidas por un comportamiento elástico del material». No obstante, el autor, fuese quien fuese, lo proponía como conjetura. Pasaron siglos y muchas fueron las aguas que pasaron bajo la puente del río Dilar que a Parapanda baña, hasta que tal conjetura –una vez desvelada la literatura aljamiada--  fue elevada a la rotunda categoría de teorema. 

Don José Batatero, pues,  tiene el honor del ascenso en el escalafón que se produce cuando una conjetura queda demostrada por un teorema. Batatero era el marido de mi tita Elvira que tenía una miga en Parapanda. Matemático autodidacta creador de lo que Poincaré denominó los «números batatéridos», aunque don José prefirió, en su humildad, llamarlos «tejeringos». No entretendremos, por sabido, al lector en su explicación: hasta los niños chicos están al tanto. En aras a la concisión expondremos la fórmula final:

Veáse, pues:    







Quod erat demostrandum. Quedaba demostrada la existencia de la Contigüidad del Cosmos. Cosa que, en cierto modo, nos incomodaba a todos sus inquilinos porque preferíamos pasad inadvertidos.

Ciertamente, audaz lector –y si encarta, lectora--  todavía, me dirás, queda por saber cuál es la vereda que Muerte recorre desde que te pilla hasta la Contigüidad Cósmica.  Pues bien, Don José Batatero insinuó que era a través de la «partícula de Eduardo Saborido» o el llamado «bosón de Eduardo Saborido», que de ambas formas puede y debe llamarse. Dos de sus alumnos –Paquito Poldemar y Pepe Luis Pineda--  precisaron más en las enseñanzas de maese Batatero. «El bosón de Saborido era una astrólida que permite la existencia de porosidades cósmicas –en realidad, nano prorosidades de cuatro millones de kilómetros cuadrados— que, a su vez,  permite el tránsito de nuestro universo a la Contigüidad del Cosmos. Sí, dichas porosidades se forman [añadieron ambos becarios] por el peso del Cosmos sobre las mega peanas que lo aguantan, y no tanto –como se creía hasta ahora--  por la fuerza de la gravedad, cuya influencia es irrelevante. Ea».

Por  mi parte no añadiré nada más. También a un servidor de ustedes se lo puso Muerte como condición  –con ciertos arrumacos a lo silvanamangano--   a cambio de nuevos, vigorosos y renovados fornicios “en el salón del ángulo oscuro”  de la Contigüidad Cósmica.  Todo gratis et amore.    

 Finis coronat opus.